Hoy, en La CISterna Transfemmenista, voy a hablaros sobre las consecuencias materiales del discurso TERF de “las mujeres trans no son mujeres reales”.
Los avisos de contenido sensible son: TERFS, machismo, maternidad, transmisoginia, mención muerte, mención agresiones, vestuarios compartidos, y transmisoginia interiorizada
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Quien más quien menos habrá dicho, escuchado o leído alguna vez en su vida lo de que las mujeres trans no somos mujeres “de verdad”. Esta afirmación está presentada de formas muy variopintas. Desde el señor jubilado de 80 años gritándolo en el casal de ancianos entre bromas, hasta una de las feministas más influyentes (y más TERF) de España, la llamada @Barbijaputa, sin olvidar a la famosísima Chimamanda Ngozi Adichie, que afirmó que “las experiencias de las mujeres trans no son experiencias de mujer de verdad”, pasando por Lidia Falcón, la presidenta del Partido Feminista Español.
Este mensaje, reproducido desde todas las esferas de la sociedad (dado que la transmisoginia es transversal), no es más que la culminación de toda una violencia estructural que no nos quiere vivas. Los recursos que tiene la sociedad para desactivarnos como seres humanos son incalculables. Y cada paso que damos para conseguir que nos maltraten un poco menos, o que nos otorguen algún derecho básico más, requiere lucha, dolor, y muchas vidas.
Ante esta última afirmación, se podría pensar que el hecho de que se diga que las mujeres trans no son mujeres de verdad es una cuestión menor dado que, independientemente de si lo somos o no, la prioridad es que no nos agredan por la calle, que tengamos acceso al mercado laboral, que se nos proporcione una atención psicológica básica, pública y de calidad,… Y claro, para todo eso, igual no es imprescindible que la sociedad nos entienda como mujeres. ¿O sí?
A las pruebas nos remitimos. El hecho de que esté tan extendida la idea de que las mujeres trans no somos “mujeres de verdad”, nos aleja de multitud de derechos básicos a los que no podremos acceder si no hay un cambio de mentalidad urgente y profundo en el sentido de entender como sociedad que las mujeres trans somos mujeres a todos sus efectos.
Por ejemplo, el acceso a los derechos reproductivos. Como nos explicó en su día Luna Merbruja, las mujeres trans somos estructuralmente apartadas del acceso a derechos reproductivos básicos. Por ejemplo, en el caso de la maternidad, las mujeres trans que se hormonan tienen una alta probabilidad de que terminen esterilizadas, y obviamente lo harán si terminan sometiéndose a cirugía. La forma de poder reproducirse es a través de la congelación de esperma, lo cual ahora mismo es de un coste desorbitado. Por no hablar de la calidad de las hormonas que nos proporciona la sanidad, tanto por su composición como por su prescripción médica, sin tener en cuenta decenas de variables que pueden incidir en nuestra salud de forma letal (veganismo, depresión,…).
Otro ejemplo material: el acceso a vestuarios de mujeres. Mientras la sociedad siga viéndonos como mujeres “no-reales”, los vestuarios de mujeres serán espacios terriblemente hostiles para nosotras. Es casi impensable para una mujer trans no operada acceder a vestuarios femeninos donde se comparta espacio a la hora de vestirse y ducharse, por la cantidad de violencia verbal, no verbal y física que puede recibir. Por mucho que se legisle en favor del acceso de las mujeres trans en los vestuarios, si no se genera un clima de normalidad al respecto la viabilidad será nula, y eso nos impedirá realizar múltiples actividades que requieran acceso a vestuarios simplemente por no ser percibidas como “mujeres de verdad”.
Un ejemplo más es el acceso a las disciplinas sesgadas por género. Véase la inmensa mayoría de deportes, el modelaje, las becas orientadas a la incentivación del mercado en favor de las mujeres,… Nada de eso será posible para las mujeres trans, sin que eso suponga encontrarse por el camino un sinfín de violencias, mientras no se entienda que las mujeres trans somos mujeres de verdad, tengamos el cuerpo que tengamos.
Y para acabar, pero sin que ello sea menos importante; la violencia de género. Ser víctima de violencia machista en España, además de ser una tortura a nivel judicial, implica el acceso a determinadas ayudas económicas y sociales, además de conformar un tipo de delito concreto que se aborda de forma distinta a un crimen general. Mientras no se nos reconozca como mujeres “reales”, la justicia no nos tomará en serio cuando afirmemos ser víctimas de violencia machista. Y hablo tanto de leyes, como de las interpretaciones personales de la jueza o el juez que dictamine sentencia.
Por tanto, cuando alguien aplaude el discurso de feministas reputadísimas como Barbijaputa o Chimamanda (o Lidia Falcón, o Towanda Rebels, o Anna Prats, o muchísimas más), omitiendo el hecho de que todas ellas reproducen el mensaje de que las mujeres trans no somos, en algún aspecto, mujeres de verdad, lo que está haciendo es perpetuar todas estas violencias, y muchas más.
Es responsabilidad colectiva el señalarles las violencias a esas personas y mandarlas a revisarse la transmisoginia. Y, si no quieren hacerlo, entender que entonces no es que su discurso no sea feminista.
Es que su discurso mata a las mujeres tanto como el de un machirulo.
La CISterna Transfemmenista
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